Los matones del Ala by Daniel Woodrell

Los matones del Ala by Daniel Woodrell

autor:Daniel Woodrell [Woodrell, Daniel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 1988-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Leon hizo pasar a Wanda a la habitación que había detrás de la puerta interesante y le presentó a Frank Pischelle, alias «el Gordo». Estaba sentado ante una mesa pequeña, encorvado sobre un plato de salchichas cubiertas de chili con carne. Llevaba el pelo moreno peinado hacia atrás y lucía una larga perilla salpicada de canas.

—¿Lo has hecho ya alguna vez? —preguntó.

—Más o menos. En un par de fiestas —contestó Wanda. Desde donde estaba ella, la gordura de Frank el Gordo resultaba vagamente repugnante—. Pero no de manera profesional.

—Aquí las chicas enseñan el chocho —dijo Frank el Gordo—. ¿Estás segura de que te apetece probar algo tan nuevo y diferente?

Wanda balanceó las caderas y sonrió.

—Amigo, yo pruebo algo nuevo cada día con tal de experimentar sensaciones fuertes.

—Seguro que sí —dijo él. Usó el tenedor para cortar un bocado de salchicha con chili, se echó hacia atrás en la silla y la miró fijamente mientras masticaba.

Wanda giró lentamente sobre los tacones de aguja para resaltar sus puntos fuertes. Mientras realizaba aquel giro de modelo, registró con la mirada dos mesas de póquer y la caja de dados, la puerta de salida en el rincón sudoeste y el puesto de vigilancia armada que habían montado en la pared. Se apoyó las manos en las caderas y volvió a girar para enseñar la mercancía.

—No estoy nada mal. Tengo buena figura. Juego al baloncesto como un hombre, así que no me verás ni un gramo de celulitis en el culo. No, señor —dijo, y se dio una palmada en un glúteo—. Este culo es más duro que la vida de casado.

La atención de Frank el Gordo estaba dividida entre las salchichas con chili y Wanda. La expresión de su cara era impasible, tranquila y rozaba el aburrimiento. Se metió otro bocado de comida que habría dejado a dos jockeys sin trabajo.

—Tienes que hacer una prueba —dijo—. Leon, mete una moneda en la máquina de discos.

Leon, con la cara pálida y sudorosa, juraba lealtad a Cupido por estar haciendo realidad sus sueños. Miró a Wanda, levantó un pulgar para animarla y se acercó a la máquina de discos.

—¿Qué pongo?

—La A-7 —contestó Frank el Gordo con la boca llena. Señaló a Wanda con el dedo índice y lo agitó hasta que terminó de tragar—. Es «Love Potion Number Nine», cielo. Utilizo esa misma canción para todas las chicas, porque todas se la conocen. —Cogió una servilleta, se limpió suavemente los labios y juntó las manos sobre la mesa—. A ver cómo lo haces.

En el breve momento que precedió al comienzo de la canción, Wanda decidió improvisar un estriptis narrativo, una historia guarra espontánea con suficientes movimientos de tetas y culo para mantener al público en vilo. Cuando empezó a sonar la canción, Wanda siguió la letra: se tapó la nariz con dos dedos, cerró los ojos dramáticamente e hizo como que bebía. Dio unos saltitos con los tacones, fingiendo torpeza, en la parte en la que supuestamente no sabía si era de día o



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